Frente a cierto torbellino de poetas atolondrados, que intentan demostrar su talento mediante metáforas indescifrables, construcciones sintácticas imposibles de desanudar y cursilerías disfrazadas de filosofía barata, existe una luz al final del túnel que estoy obsesionada en recalcar desde que oí su chillona voz saliendo de mi gran televisor.
Las modelos son mujeres que nacieron privilegiadamente bonitas, con proporciones adecuadas al canon de belleza de la época y su metabolismo, piel, cabello y altura fueron beneficiados genéticamente. A esto agregan un asiduo trabajo de entrenamiento, cuidado continuo y sociabilidad inagotable. Poseen un irrevocable talento para provocar apenas posándose, y su lenguaje no deja jamás de ocultar dobles intenciones. Vale aclarar que no son más que, a fin de cuentas, un tipo de mujer, como los hay intelectuales, ejecutivas, empleadas de limpieza o vendedoras de corpiños en una feria clandestina.
Esta modelo, respondiendo a todas las condiciones necesarias que la califican como tal, y le dan un lugar considerable en la prensa nacional, la cartelera de teatro de revista, las publicaciones semi-pornográficas, etc, posee una característica que la separa del resto de las que, como ella, también exhiben sus voluptuosidades al mundo a cambio de dólares: es poeta. Me remito al primer resultado encontrado en google para definir palabra tan polémica, a fin de que no se me califique de peyorativa, exagerada u otros adjetivos detestables: «Un poeta (vate, en lenguaje literario) es un escritor dedicado a la producción de poesía.» Belén Francesse es, bajo este concepto, sin ninguna duda, una total y absoluta poeta (o poetisa, según le guste) a pesar de que no dedique gran parte de sus horas a su producción (de todos modos, ¿qué poeta lo hace?).
Claramente, para nombrar a alguien «poeta» de un modo tan alusivo, es necesario definir aquello que produce, es decir, la poesía. Utilizo el mismo método que para la anterior definición, rogando que todos aquellos que me consideren incapaz de realizar investigaciones obstinadas dejen de leer el artículo en este preciso instante: «La poesía (del griego ποίησις ‘creación’ < ποιέω ‘crear’) es un género literario. También, es encuadrable como una «modalidad textual» (esto es, como un tipo de texto).1 Es frecuente, en la actualidad, utilizar el término «poesía» como sinónimo de «poesía lírica» o de «lírica», aunque, desde un punto de vista histórico y cultural, esta es un subgénero o subtipo de la poesía.» Así es, la poesía es creación. Un vuelo del alma hacia las alturas de lo imposible, un recorrido a nado entre las sensaciones humanas, bajo una estructura convencionada que desde Aristóteles pretende encuadrarnos en reglas fijas. Y Belén no sólo oyó las voces de sus musas, sino que también respondió a estas reglas con una fidelidad que nadie creía que fuera capaz de encarnar.
Todos aquellos que han intentado incursionar en el camino de poesía, lo hicieron, en un comienzo, a partir de la sucesión torpe de palabras que, más allá de su significado, sentido metafórico, representatividad emocional, etc., rimaran. Así lo hizo acaso Quevedo, también Góngora, Machado, y otra creadora hoy se nos presenta, porque los nuevos tiempos exigen nuevos creadores, mal que les pese a los fundamentalistas de las tradiciones, que rascan el tarro de dulce en lugar de aceptar que es necesario romperse el brazo para abrir uno nuevo.
Así, adaptada a cada situación que la inspirara, para dar un reflejo fiel a su interpretación de los hechos de interés nacional, la linda modelo, creó poesías tales como:
Les recuerdo: me muero
por que haya un acuerdo.
Esta poesía, escrita durante el conflicto Campo-Gobierno del 2008, nos demuestra otro paso que la poeta dio, además de la búsqueda hasta el sinsentido de las rimas: noción de la imagen metafórica. Belén Francesse no muere, al menos por ahora (a no ser que alguien fuera a pensar que uno siempre se está muriendo, pero para eso es necesario una discusión mejor orientada), y su sentencia “me muero” no hace más que representar su ansiedad ante el desacuerdo, que la inquieta y la desborda. La utilización del sintagma “Les recuerdo” tiene una función provocativa: mantiene al lector alerta, hecho que no se produce en la mayor parte de los casos de poesías durante toda la historia universal.
Como la soja está de moda,
el trigo parece un mendigo
pero en realidad es un amigo.
La complejidad de esta poesía resulta aún más curiosa: existe una crítica social. Las plantaciones de soja continúan siendo un asunto que preocupa a todos los argentinos, siendo la agricultura una de las bases de la economía nacional. El monocultivo, la explotación, el problema de exportaciones y su competitividad con otro tipo de plantaciones, tanto menos rentables, como las del trigo, son un asunto ante el que Belén se muestra indignada. Apoya la situación crítica de los trigueros, dejando en segundo lugar a la plantación hegemónica, así como Neruda hablara a su pueblo para que se plantara en contra de los dominios sociales.
Es preferible concluir la reivindicación de Belén, a pesar de aquellos que están frunciendo el ceño, extrañados al verse a ellos mismos leyendo un artículo tan falto de estructura argumentativa, estilística, humorística o dramática (que son, quizás, los aspectos más valorables de un texto, cuya calidad yo utilizo como referente para juzgar a este como definitivamente deplorable) y prefieren que acabe exactamente en esta palabra, con otra creación poética que ella extirpó de su ser detrás de una sesión de masajes chinos, consumo de una vianda compuesta por un trozo de lechuga rancia y tres horas de cinta a tres puntos de resistencia:
Marcelo Polino:
¿el periodista más cristalino o cretino?
Es un divino.
acid caramelo